A veces el artista plástico no se conforma con poder manifestar en los lienzos la realidad que contemplan o los sentimientos que rebasan la vida de todos los días.
En ocasiones la necesidad de comunicar desborda la posibilidad que el color o el dibujo ofrecen, y hay que decir las cosas con más contundencia. La abundancia de la materia, el relieve, los elementos que están a la mano se añaden a la composición y surgen como gritos acordes o estridentes (nunca se sabe) de lo que se quiere contar.
Como escribió Ernest H. Gombrich “No podemos separar nunca limpiamente lo que vemos de lo que sabemos … a veces ocurre que nos equivocamos en nuestra visión y en ocasiones vemos un pequeño objeto que se nos antoja una montaña, o un papel en el aire como si fuera un pájaro”, y en este caso Agustín ha optado por contar con nuevas formas todo lo que de un tiempo a esta parte sabe y lo cuenta con fuerza.
Va y viene, da marcha atrás, recupera el dibujo, vuelve a los maestros, se reinventa y dibuja sombras, huecos de luz, montañas intangibles pero imposibles de coronar, vacíos inabarcables o espacios acogedores.
Los tejidos se antojan formas cerebrales que no dejan salida a los sentimientos y el cartón que ha envuelto el último envío de lienzo es el paso al color reconduciendo maneras de expresar … pero todo no deja de ser más que la imaginación del que mira tratando de escudriñar qué es lo que el artista nos ha querido decir con este profundo cambio de expresión. ¿Porqué ha cambiado tanto?, ¿dónde están los toros, los caballos, el bosque y sus guardianes, los retratos familiares o las obras de otros? Todo se ha quedado atrás en el imaginario de Agustín y ahora son las cosas pequeñas, las manchas con sentido, lo que forma parte de la mesa de trabajo, o del quehacer del artesano que ha reparado el canalón de la fachada y ha abandonado un recorte de cobre en el suelo, lo que empieza a tener sentido, como en el origen lo tuvo el dibujo preciso, que fue la base de todo.
Millares, Tápies, Mompó, Guinovart… necesitaron trasladar a su obra lo que envolvía la cotidianeidad, producto de la evolución personal. La sabiduría, el paso de tiempo nos hace ver a fuerza de golpes que lo pequeño es lo grande, lo que se nos ofrece gratuitamente es lo más caro y lo que menos valor tiene es lo que más apreciamos porque nadie más que nosotros sabemos qué es lo que significa y qué importancia ha tenido en nuestras vidas.
La paleta de colores se queda pequeña y necesita de los elementos que están a su alrededor, porque no es suficiente con lo que hasta ahora se ha usado. Hay que utilizar todo para poder decir lo que ha aprendido desde la última exposición y ahí está Agustín: fuerte y distinto, pero como siempre.
Matilde Muro Castillo
Noviembre de 2014.